" El Chato Evaristo".- Evaristo Sánchez Moya-Angeler.
- " Estaba una señora d ...ando a luz en el cable del teléfono..."
Asi de esta forma tan descabellada podía comenzar una conversación de Don Evaristo, el sabio de los sabios de Lorca, más sabio que los siete sabios de Grecia, más sabio que los sabios del Siglo de las luces, más que Voltaire y los enciclopedistas,¡ el único !, el inventor de todo lo inimaginable que maduraba en su cerebro inquieto y bullidor.
Don Evaristo era un pacifista adelantado a su época :
- ¡ Buenos días, hermana señora !
- ¿ Como está su hermano padre, amigo ?
- ¡Que " jodio", el l hermano niño !
Por tal razón, digna del mísmisimo Gandhi, o de la Madre Teresa de Calcuta, se presentaba en todos los entierros para dar su condolencia a los deudos y acompañarlos hasta el cementerio de San Clemente, o al del barrio de San Cristobal, envuelto en su capa castellana de paño negro, la boina calada hasta la ancha frente ( lo que demuestra su inteligencia, pues abarcaba más de dos dedos ), y el cigarrico en la mano derecha o en la comisura izquierda de la boca.
-¿ Pero Don Evaristo, conoce ustéd al muerto ?
- No, hermano preguntón.
- ¿ Entonces porqué va ?
Y Don Evaristo se ensimismaba en su nebulosa, sonreía con benevolencia y seguía apresurado su camino.
Ahora, lo que realmente le gustaba a Don Evaristo era solucionar con sus ideas los problemas de Lorca, como traer el agua del mar de Aguilas y " abocarla" en El Alporchón, en la Corredera, en la puerta del Sindicato de Riegos, y con una máquina de su ingenio potabilizarla ( no iba mal desencaminado, pues este proceso es el de desalar o desalinizar el agua de los óceanos ), y luego repartirla en cántaros y tinajas gratis a los campesinos.
- ¡ Rianse, rianse hermanos, ya se convenceran cuando puedan pescar sardinas desde los balcones, y atraquen los barcos en La Cámara !
Don Evaristo, con 18 años estudiaba francés en un colegio de Port-Bou, y entonces fué cuando le comenzaron a crecer las alas. Comunicó la sensacional noticia a sus padres, Don Evaristo y Doña Petronila, pero a sus progenitores no les pareció muy bien que quisiera emular a las avecillas del Señor. Y se lo trajeron a su casa de la calle Zorrila.
Los médicos no encontraron remedio a sus males, pero dijeron que para si quisieran ellos la paz y la armonía que rezumaba su alma.
Y se integró en el paisaje urbano, como la estatua de San Vicente Ferrer, la Torre Alfonsina, o los árboles de las alamedas.
Cuando quedó huerfano, los abogados designaron como tutor a su hermano Pedro, que tenía su residencia en una finca de la aldea de La Parroquia, junto al rio Vélez. Allí en La Venta del Rio se aficcionó a la agricultura, y a la práctica de la equitación.
Pero el aislamiento no favorecía a su mente intrepida ni a su carácter socieble. Y una mañana cogió la diligencia y se vino a la Ciudad del Sol,que lo acogió con respeto y cariño.
Donde siguió haciendo de las suyas :
-¿ Hermana, me puede enseñar al muerto ?
Le hicieron pasar al velatorio, el difunto yacía boca arriba y con el vientre muy hinchado :
- Hermana, ha muerto de gases. Si me hubiera avisado antes, le habría aplicaod en el culo un aparato de " empaquetar detonaciones", y ahora estaría vivo y desahogado.
Todos los asistentes al sepelio rompieron a carcajadas, y hasta Don Emilio, el párroco de San Mateo, tuvo que abanonar la sala para que no le vieran desternillarse a mandibula batiente.
Con motivo de las obras para instalar en la ciudad el agua del Taibilla, los ingenieros se encontraron con muchos problemas. Don Evaristo se pasó por allí, hizó cálculos, rumió varios diás y halló la solución :
- Hermanos ingenieros, las tuberías de la calle del Álamo se abrirán en la esquina de las monjas, porque la presión que trae el agua desde el castillo las reventarán.
Y así fue. Las predicciones de Dón Evaristo fueron exactas y matemáticas. Al final las cañerias se fabricaron de hierro. Aquello le valió a Don Evaristo pasar a héroe del Parnaso.
Otoño de 1970. De la calle Zorrilla sale un entierro, el único al que no pudo asistir con sus consejos Don Evaristo.
José Luis Alonso Viñegla .
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